Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100104
Legislatura: 1886
Sesión: 31 de mayo de 1886
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Discurso.
Número y páginas del Diario de Sesiones: 19, 183-187.
Tema: Contestación al Discurso de la Corona.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Sagasta): Señores Senadores, después de los discursos de los dignos individuos de la Comisión en respuesta a los pronunciados por aquellos Sres. Senadores que de uno y otro lado de la Cámara han terciado en este debate; y después de la participación que también han tomado algunos Sres. Ministros, en realidad poco nuevo le queda que decir al Gobierno; mejor dicho, no le queda nada nuevo que decir. En este concepto, bien pudiera yo, con mi silencio, excusaros la molestia de oír un nuevo discurso que, sobre no poder ofrecer novedad alguna, no ha de ser mejor que ninguno de los que hasta aquí habéis oído. Pero si no necesidades del debate, deberes de atención al Senado y de cortesía a los señores que en la discusión han intervenido, me impulsan a dirigiros algunas palabras, aunque con el sentimiento de fatigar más vuestra ya fatigada atención, como término y resumen de este importante debate.

He de empezar ante todo, felicitándome y felicitando al Senado por los términos corteses y de moderación en que se han inspirado todos los Sres. Senadores que me han precedido en el uso de la palabra; pues desde el Sr. Marqués de Molina, bajo el punto de vista de sus ideas conservadores, hasta el señor Abárzuza, bajo el punto de vista de las suyas, todos los Sres. Senadores que en este debate han tomado parte, han guardado una cortesía y una consideración tan grandes para con el Gobierno, que yo, en su [183] nombre, no encuentro palabras bastante expresivas para manifestarles por ello mi reconocimiento. Gracias, pues, a todos los Sres. Senadores que han intervenido en esta discusión, sin exceptuar por supuesto a los Sres. Senadores Bosch y Fustegueras y Rojo Arias, que no parece que han estado tan benévolos con el Gobierno como los demás, pero respecto a los que yo considero que el tono pronunciado, el colorido fuerte que han podido dar a sus apreciaciones, más que impulsados por móviles de su voluntad, parecen exigidos por la especialidad de su situación.

Porque, señores, en estas luchas parlamentarias acontece algo parecido a lo que sucede en la guerra, y sobre todo en nuestro país, y es, que alrededor de los grandes ejércitos beligerantes, se mueven, maniobran y a veces ayudan eficazmente partidas sueltas, mandadas por jefes también sueltos, que para compensar la exigüidad de su número, se ven en la precisión de exagerar su conducta, y para hacerse temer y hasta obedecer extreman su vigor y apelan a la violencia. Esto es lo que ha ocurrido con los Sres. Senadores Bosch y Fustegueras y Rojo Arias, uno y otro jefes en el Senado de fuerzas sueltas. Gracias, pues, a todos los Sres. Senadores, y muy especialmente a los que en el debate han llevado la representación del partido conservador, por la tregua que han tenido la bondad de ofrecer al Gobierno, por éste tanto más agradecida, cuando que por nadie ni en manera alguna ha sido solicitada.

Encuentro en mi camino en primer término al señor Botella, que con palabra persuasiva y correcta frase, que seguramente es lástima no nos deje oír con más frecuencia en el Parlamento, se propuso demostrar que las reformas que el Gobierno ofrece en el discurso de la Corona, y a que viene por sus compromisos obligado, son peligrosas para la Monarquía y funestas para el país. En este concepto, el Sr. Botella pedía al Gobierno que no las realizara y hace bien en pedirlo si tal es su convicción; pero le sale al encuentro el Sr. Rojo Arias pretendiendo demostrar precisamente lo contrario; que el peligro para la Monarquía y el mal para el país, no está en que se realicen las reformas, sino en que no se realicen inmediatamente y en mayor escala y más extensión que indican los propósitos del Gobierno; y aquí tiene el Senado cómo el Sr. Botella responde al Sr. Rojo Arias y cómo el discurso del Sr. Rojo Arias sirve también de contestación al del Sr. Botella; uno y otro se contestar; y en verdad, en verdad que uno y otro tienen razón, porque si es cierto que hay peligro en la inacción y en el quietismo, en estos momentos de movimiento y progreso, cuyas corrientes es necesario seguir para no verse por ellas envuelto y arrollado, también es cierto que hay peligro en la precipitación, para dejarse llevar por aquellas corrientes en vez de encauzarlas y dirigirlas.

Precisamente porque el Gobierno ve un peligro en el quietismo del Sr. Botella, y porque también lo ve en la precipitación del Sr. Rojo Arias, ni se queda quieto, como el Sr. Botella, ni acompaña en su precipitada carrera al Sr. Rojo Arias, prefiriendo marchar con pie firme, lentamente y con las precauciones que son necesarias para encauzar aquellas corrientes, en vez de ser por ellas envuelto o arrasado. (Muy bien, muy bien).

Por lo demás, ¿cómo voy yo a contestar al discurso del Sr. Rojo Arias, todo él reducido, desde la cruz a la fecha, a combatir al Gobierno porque no ha cumplido sus compromisos? ¿Cómo he de contestar a esto? ¿Cuándo ha podido el Gobierno cumplir sus compromisos? Hasta ahora lo que ha podido cumplir, lo ha cumplido. ¿Qué es lo que ha venido a hacer? Pues ha venido precisamente a cumplir con toda escrupulosidad sus compromisos; ha venido a confirmar en el poder los compromisos que tenía contraídos en la oposición. Eso, ni más ni menos, dice el mensaje en el párrafo que a esto se refiere. Lejos de haber contradicción entre ese mensaje y la fórmula a que el señor Rojo Arias se ha referido, hay perfecta congruencia, hasta el punto de que para redactarlo se ha tenido en cuenta aquella fórmula, y hasta se han copiado algunas de sus palabras, sólo que sintetizándolas, como era necesario hacerlo, para estamparlas en un documento semejante.

No; ahí está lo único que nosotros nos hemos comprometido a hacer; por lo menos, lo único que hasta ahora hemos podido cumplir de todos nuestros compromisos. Por consecuencia, señores, si antes que el Gobierno pueda presentar proyectos de ley, es necesario que acabemos de discutir la contestación al mensaje que nos ocupa, y además es imposible presentar proyectos de ley mientras no se haya constituido el otro Cuerpo Colegislador, ¿qué prisa justificada tenía el Sr. Rojo Arias para dirigir cargos al Gobierno, compeliéndole a que cumpla aquello que el Gobierno no ha realizado porque no ha podido hacerlo? (El Sr. Rojo Arias: Debió hacerlo en el discurso de la Corona). ¡Si está hecho en cuanto en el discurso de la Corona cabe! De manera que, según yo entiendo, el Sr. Rojo Arias podía haber dejado todo su discurso para mejor ocasión. Es verdad que con eso nos hubiera privado del gusto de oírle, pero en cambio habría evitado también a su íntimo correligionario el Sr. Polo el disgusto de contradecirle. (Risas).

¿Qué he de decir yo al Sr. Bosch acerca de su brillante disertación sobre los complejos problemas cuya solución es necesaria para resolver la cuestión social y sobre las necesidades de la agricultura, la industria y el comercio? Pues lo único que puedo decir a S.S. es que entretuvo muy agradablemente a la Cámara, porque S.S. no solo manifestó grandes conocimientos en todas estas delicadísimas materias, sino que los expresó muy bien, con la elocuencia que le es propia; pero que realmente nada de esto tiene que ver con el discurso de la Corona.

Cuando yo escuchaba al Sr. Bosch y Fustegueras ofrecer tantos y tan vastos planes para resolver la cuestión social, y cuando le oía exponer tan grandes proyectos para impulsar nuestra abatida agricultura, para extender nuestro comercio, para ayudar a nuestra industria, para convertir a este país en una especie de paraíso terrenal, se vino sin querer a mi memoria aquel cosechero jerezano, que teniendo a su mesa al Rey D. Fernando VII, y oyéndole ponderar uno de los vinos que le había servido, contestó: ?Señor, todavía los tengo mejores en la bodega?. Pues guárdalos, le replicó el Monarca, para mejor ocasión. (Risas).

Si el Sr. Bosch y Fustegueras tenía todos esos proyectos salvadores para sacarnos de la miseria en que estamos y procurarnos todo género de bienandanzas, ¿por qué no los realizó cuando pudo hacerlo? ¿Por qué, por lo menos, no se los propuso a sus amigos que acaban de dejar el Poder, Poder que han disfrutado nueve años en estos últimos doce transcurridos, [184] durante los que siempre, como merece, ha sido su señoría persona importante y de influencia y en la mayor parte de los cuales ha ocupado, merecidamente sin duda, honorísimo puesto? Creo yo, por consiguiente, que el discurso del Sr. Bosch y Fustegueras, más que dirigido al Gobierno que se sienta en este banco, iba enderezado a su antiguo partido, el cual ha quedado reducido, por obra y gracia de S.S., a la mínima expresión de ?pequeño grupo?. No hace bien S.S. en eso, que no están los tiempos para dar rienda suelta a los desahogos personales, ni para que amigos que han venido siéndolo y muy unidos, estén ahora separados y se consideren como adversarios.

Pero ¡ah! que el Sr. Bosch y Fustegueras y sus amigos fundan su actitud en que el partido conservador abandonó el poder indebidamente, por no sé qué pacto misterioso. Yo he oído hablar mucho de pactos misteriosos y no me choca que esto de los pactos misteriosos sea pasto de conversaciones de café y de gacetillas de ciertos periódicos que sólo pueden vivir de la fábula y de la superchería. Mas ¡ah, qué sentimiento tengo al ver que se hacen eco de esos rumores ciertos Senadores y en este sitio! No; en aquel día triste para todo buen español, no pasó nada en la esfera de la política que no debiera pasar. A la muerte inesperada del Monarca, surgió de la ley la Regencia de su augusta Esposa en cuyas manos, en el acto, debieron deponer sus cargos los Ministros de D. Alfonso XII, con cuya muerte desaparecían los poderes que de sus manos recibieron. (En la minoría conservadora: Muy bien, muy bien). ¿Quién se atreve a llamar abandono y entrega del Poder a lo que es ineludible cumplimiento de los deberes de la lealtad y de las exigencias de las leyes del Estado? (En la minoría conservadora: Muy bien, muy bien).

Entonces la Reina viuda, Regente por ministerio de la ley, usó libérrimamente de la Regia prerrogativa por espontánea voluntad, llamando a sus consejos al partido liberal. ¿Es que ciertas indicaciones que se dicen hechas, que yo no lo sé, pero que se dicen hechas por el jefe del partido conservador, coincidieron con esta voluntad de S. M. la Reina? Tanto mejor para el jefe del partido conservador; tanto mejor para el partido que dignamente dirige, porque eso prueba que la opinión de aquel ilustre hombre de Estado coincidió con la opinión, con el deseo, con la voluntad de S. M. la Reina Regente. (Muy bien, muy bien).

Concluidos los poderes de los Ministros de Don Alfonso XII, S. M. la Reina Regente tuvo la dignación de llamarme para que me encargara de la formación del Ministerio, encargo que yo me apresuré a aceptar, y, debo declararlo, con inmensa gratitud, porque en aquellos instantes tristes, el puesto que se me confirió me parecía, más que un deber y un cargo de la política, un puesto de honor. ¿Qué hay, pues, Sres. Senadores, en todo esto, que se parezca a convenio, a trato, a contrato, a pacto misterioso? ¿Qué hay en todo esto que no sea noble, digno, honrado y patriótico? (Bien).

Pero además, ¿qué importancia se le quiere dar al acto de que el jefe del partido conservador aconsejara a S. M. como lo hizo, ni qué de particular tenía esto en aquellas circunstancias, tratándose de un Ministerio que ipso facto había dejado de serlo, porque con la muerte del Rey habían desaparecido sus poderes? Pues, ¡si esto sucede frecuentemente! Siempre que he dejado yo el Ministerio, lo he hecho así; he aconsejado al Rey lo que he creído conveniente para mi Patria, y después me he marchado. Pues qué, ¿había de aguardar a que se me echase? Eso yo no lo he visto nunca. Pero hay más. ¿Cuánto tiempo hace que el jefe del partido liberal inglés abandonó el Poder, teniendo mayoría en los Parlamentos y aconsejó a S. M. la Reina Victoria que llamara al partido conservador? Y la Reina, siguiendo ese consejo, llamó en efecto al partido conservador. Pues ese jefe del partido liberal inglés ¿no estuvo durante seis meses apoyando con su mayoría al Gobierno conservador hasta que concluida su misión fue llamado el país a nuevas elecciones? ¿Y se le ha ocurrido a ningún liberal inglés condenar la conducta patriótica y noble de Mr. Gladstone?

Pero es que se dice: ?¡Ah, es que en aquellos momentos, menos que en otro alguno, debió el partido conservador abandonar el Poder, porque en aquellas difíciles circunstancias, podía haber resuelto todas las dificultades mejor que el partido liberal! A esto ya contestó, y por cierto muy noblemente, el Sr. Silvela, y también lo había hecho antes con igual nobleza el Sr. Marqués de Molina. Si consideraciones de cierto género no me obligasen a callar, porque yo no soy ni he sido jamás sordo a los gritos del patriotismo, habría de añadir algunas palabras a las pronunciadas por estos señores, para dar a esa observación la más cumplida respuesta. Pero, ¡ah! no; que no quiero faltar a aquellas consideraciones; no quiero faltar a la reserva que me he impuesto; no quiero contestar. Mas apelo al recuerdo y a la conciencia de todos los Sres. Senadores, así amigos como adversarios, al mismo tiempo que a la conciencia y a los recuerdos del país, para que unos y otros me digan si en aquellos terribles instantes hubo nadie que creyera que las cosas habían de pasar de la manera que han pasado, y que a los seis meses de un reposo completo y con una libertad como no la ha disfrutado mayor este pueblo y como no la hay mayor en ningún otro, podrían las Cortes pacíficamente reunidas dedicarse con desahogo y en medio de la tranquilidad más completa a sus tareas legislativas. (Muy bien; muy bien).

Esta apelación al país y a vosotros, Sres. Senadores, me basta para contestar a ese argumento, ya que por otras consideraciones, que quiero y debo respetar, no pueda dar otra respuesta. Pero, Sres. Senadores, ¿es que pretendo yo por esto recabar para el Gobierno la gloria de este inesperado y gran resultado? ¡Ah, no, no, jamás! Esa gloria no es del Gobierno. El Gobierno en esto no tiene otro mérito, si mérito cabe, que el de en medio de la alarma y el asombro producidos por la muerte inesperada de aquel querido Monarca, supo tener completa confianza en la fuerza de la ley, en la virtualidad de la Monarquía, en el patriotismo de los partidos, en el honor militar de nuestras armas, en la nobleza y sensatez de este pueblo tan calumniado, y en la ilustración, rectitud y virtudes de la excelsa Princesa llamada por ministerio de la ley a llenar el vacío que dejara su malogrado y querido Esposo, D. Alfonso XII. (Muy bien, muy bien). No; no recabo yo la gloria toda entera es para la Reina, que tan lealmente sabe cumplir sus deberes constitucionales (Muy bien, muy bien), y para el pueblo que con su sensatez ha demostrado que es digno de la libertad y que puede y debe ser dueño de sus destinos, (Muy bien, muy bien. ?Aplausos). [185]

Siguiendo mi camino, me encuentro con mucho gusto al Sr. Abárzuza, que antes de ayer nos dio muestra brillante de su bien decir, pero que todavía nos la dio más brillante de su patriotismo, porque demostró que sabía sentir los males del país, y esperar y resignarse ante el temor de agravarlos. ¡Ejemplo digno de limitación para el éxito de la libertad y para el bien de la Patria! Pero antes de entraren el fondo de su brillante peroración, he de hacerme cargo de un punto que en la mismo tocó S.S. Se refiere ese punto a una cuestión internacional.

Paréceme que el Sr. Abárzuza, al hablar de la política internacional del Gobierno que yo tuve la honra de presidir, antes de que últimamente viniera otra vez al Poder el partido conservador, vertió la idea de que aquel Gobierno hizo una política internacional que propendía a favorecer los intereses de Alemania en contra de los intereses nacionales. Paréceme que fueron éstas o parecidas sus palabras, y si no fueron así, creo que ésta fue su idea.

Pues bien, si ésta fue su idea, yo debo protestar contra ella con la mayor energía. Aquel Gobierno no hizo nunca política internacional que pudiera favorecer los intereses de ninguna Nación en contra de sus propios intereses; jamás pudo en la política internacional inclinarse a los intereses de ningún país, no ya en contra de los intereses nacionales, sino ni siquiera en contra de los intereses de otra Nación que estuviera en buenas relaciones con España. Alemania, entonces como ahora, contaba con la amistad de la Nación española, pero sin preferencia ninguna respecto de los demás países, porque si España quiere conservar buenas y cordiales relaciones con todas las demás Potencias, con ninguna quiere ligarse en perjuicio de las demás y mucho menos en daño propio.

El digno e ilustre hombre político que entonces estaba al frente del Ministerio de Estado, mi querido amigo el Sr. Marqués de la Vega de Armijo, por la entereza de su carácter, por la idea que tiene, quizá exagerada (si en esto puede haber exageración) de su dignidad y de la dignidad de la Nación, no es el más a propósito para hacer política que no tienda siempre a levantar la dignidad de su país, ni el que mejor se aviene tampoco a dispensar a ninguna Potencia más cariño ni más consideración que aquellos que en debida reciprocidad correspondan al cariño y a la consideración que cualquier Nación tenga a España, y aun esto siempre dentro de la compatibilidad más completa con los intereses y la dignidad nacionales.

El Sr. Abárzuza, permítame que se lo diga, no estuvo justo con el Sr. Marqués de la Vega de Armijo ni con el Gabinete de que formó parte, el cual acepta en absoluto con gusto, la responsabilidad de todos los actos de política internacional realizados por aquel dignísimo Ministro de Estado.

Descartado de este punto, voy a entrar, aunque brevísimamente, en la tesis principal del discurso del Sr. Abárzuza; voy a penetrar un poco en su fondo.

Tiene razón S.S.; en los ánimos más serenos y más esforzados tuvieron cabida y asiento la alarma, los recelos, los temores ante el frío cadáver del Rey D. Alfonso XII; tiene razón S.S. Se han resuelto ya muchas dificultades; se han calmado muchas alarmas; se han disipado muchos recelos; pero aún no es todo ventura y bienandanza, y por esto, en realidad, el Gobierno tiene todavía una gran misión y muchos y muy complejos deberes que llenar.

Al efecto, entiende S.S. que ante todo necesita ser fiel a sus antecedentes y cumplir su programa. En todo esto tiene razón, y estamos completamente de acuerdo; pero no en lo que no lo estamos es en los peligros que ve en esta situación para el Gobierno. No vienen los peligros para el Gobierno ni para la situación del lado que S.S. cree. No es un peligro para el Gobierno el silencio del partido conservador, silencio eventual, pasajero, transitorio, durable sólo mientras que con nuestras reformas no ataquemos fundamentalmente sus principios y procedimientos, y sobre todo, sólo mientras pueda este silencio ser favorable a intereses que nos son comunes (Muestras de aprobación), y en cuyo sostenimiento y defensa estamos por igual interesados. (Muy bien, muy bien. ?Varios Sres. Senadores: Sí, sí). Silencio que se funda en tan noble sentimiento, silencio tan patriótico, nunca puede ser un peligro, como no lo es tampoco la benevolencia que S.S. no s ha dispensado, y a la cual estamos grandemente reconocidos. Yo no puedo atribuir a la benevolencia de S.S. más que un móvil patriótico y noble, como no puedo dar al silencio del partido conservador otro móvil que uno generoso y levantado.

De la misma manera que S.S. cree que el silencio del partido conservador es un peligro para el Gobierno, puede el partido conservador creer que la benevolencia de S.S. es también un peligro. No; un la benevolencia de S.S., ni el silencio del partido conservador, son un peligro para el Gobierno, porque una y otro están fundados en el patriotismo, y no se dispensan para favorecer al Gobierno, sino para evitar al país dificultades y complicaciones peligrosas, que ningún buen patricio quiere atraer sobre él. (Muy bien, muy bien).

Tampoco es un peligro para el Gobierno la circunstancia especialísima de que hoy por hoy no haya ningún partido que le dispute el Poder, porque esta falta de normalidad parlamentaria no durará, créalo S.S., más que el tiempo que se tarde en ver que el partido liberal no puede realizar su misión, que consisten principalmente en desenvolver un programa, y en facilitar el ejercicio de todas las libertades, y de todos los derechos, a la sombra de la paz pública, sin la cual es imposible la práctica de la libertad.

Pero mientras que el Gobierno vaya desenvolviendo sus propósitos en la medida que las circunstancias lo permitan, mientras que el Gobierno no falte a sus compromisos, mientras vaya realizando su programa, mientras vaya cumpliendo su misión, no tiene nada de particular, eso sucede siempre, que no haya un partido que inmediatamente le dispute el Poder, aunque vaya preparándose para disputárselo en su día; más desde el momento en que el partido liberal se declare incapaz para realizar su misión, por su culpa, por sus errores, por sus impaciencias o por lo que quiera que sea, entonces ya verá el Sr. Abárzuza cómo no faltará partido que le dispute el Poder, y entonces el partido liberal podrá y deberá dejarlo, pero teniendo cuidado de entregar incólume al partido que le suceda el sagrado depósito que a su lealtad se ha confiando. (Muy bien, muy bien).

No están, pues, los peligros, Sr. Abárzuza, donde S.S. supone; no, los peligros están en otra parte, pero mientras los partidos monárquicos y los hombres de orden del país, porque también hay en España hombres de orden, que sin ser monárquicos son antes que [186] políticos, españoles, y se resignan, respetan la legalidad y no quieren exponer su país a los desastres de la perturbación y a las ruinas de la guerra, por un cambio de situación que no les podrá dar más elementos que los que disfrutan en la situación en que viven; mientras los elementos monárquicos del país y esos hombres de orden quieran, todos los peligros que puedan venir son pequeños y los que vengan serán prontamente vencidos.

Los verdaderos peligros pueden estar ¿por qué no he de decirlo? en la desunión, en la disidencia, en las discordias dentro de los elementos monárquicos del país y dentro de los elementos de orden; y como lo que se exige para que esos peligros no vengan, es tan poco, y como para ello basta seguir los consejos del patriotismo, y el patriotismo en este caso y para este tan grande resultado sólo exige sacrificios pequeños, yo tengo la confianza de que todos hemos de estar dispuestos a hacerlos, que bien pequeños son, y aunque fueran más grandes serían insignificantes al lado del beneficio inmenso que a nuestro país reportamos.

En fin, Sres. Senadores, con que los hombres monárquicos y los hombres de orden depongan sus pequeñas diferencias en aras del interés superior de la paz y de la Patria; con que los afiliados en cada uno de los partidos políticos se unan estrecha e íntimamente, prescindiendo de pequeños disgustos y de mezquinos resentimientos; con que los partidos así compactos y unidos entre sí, olvidando antiguos agravios, se hagan sólo justicia, pero estén prontos a darse la mano, a ayudarse y a auxiliarse en cuanto los intereses que les son comunes lo demanden, bien podemos mirar tranquilamente al porvenir, porque de esa manera unidos, ¡ah! no hay duda ninguna, salvaremos la Monarquía, con la Monarquía la paz, con la paz la libertad, y con la Monarquía la paz y la libertad engrandeceremos a nuestra querida Patria. He dicho. (Muy bien, muy bien) [187]



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